Leah Abigail
Marzo del 2011,
Finalmente después de siete largos años,
me enteré que estaba embarazada y esperábamos a
nuestro tercer bebé. Recuerdo llorar, sentir mucha emoción
y entusiasmo porque al fin ¡tendría otro bebé!
Con mucha emotividad inmediatamente se los hice saber a mis dos
hijos, Allan y Mayra. Allan tenía 10 años y Mayra 7;
ellos lloraron de alegría junto conmigo y los tres no veíamos
la hora en que su papá llegara a casa para compartir con él
la próxima llegada de un nuevo miembro en nuestra familia.
De tanta emoción que sentíamos no
pudimos esperar tanto; así que comenzamos a contarles a todos
nuestros familiares y amigos que estaba embarazada ellos también
se alegraron por nuestra espera.
Inmediatamente comencé con los cuidados
prenatales; en mi primera visita al médico me enteré
que tenía 8 semanas de gestación, así que me
hicieron una ecografía y todo parecía ir bien. Durante
las primeras semanas no recuerdo sentir nada fuera de lo normal,
únicamente mucho agotamiento, podía dormir por horas y
aun así seguir con mucho sueño; pero eso para mí
era lo más normal en mi estado.
El médico por error me citó a las 13
semanas para otra ecografía (esta cita normalmente la hacen
hasta las 18 semanas de gestación) era sólo una
revisión de rutina para medir y examinar los órganos
de mí bebé; cuando llegue a la oficina se dieron
cuenta que se habían equivocado en la fecha, pero me
explicaron que por cortesía al menos iban a ver si se podía
notar el sexo del bebé, ya que llevaba conmigo a mis dos
hijos, acepté.
Posteriormente nos llamaron al cuarto y me
prepararon para dicha ecografía; mientras la enfermera
revisaba noté que se quedó observando con mucho cuidado
el monitor de la computadora, ella no decía nada, sólo
miraba; entonces vi como en su rostro se empezó a reflejar
una expresión de tristeza; al ver esto le pregunté
¿pasa algo? Sólo respondió que mi bebé
estaba muy pequeño y que aun no podía decirme si era
niña o niño.
Rápidamente me levantó y me dijo que
esperara a que el médico viniera a hablar conmigo, esperé
con mis dos hijos, aunque sabia que algo no estaba bien; por fin
entró la doctora y me empezó a explicar que las medidas
de la cabecita de mi bebé eran demasiado pequeñas,
ellos sospechaban que era Anencephalia, pero no lo podían
confirmar dado a que la máquina de ultrasonido no era lo
suficiente competente para definir el diagnóstico. Así
mismo me hizo saber que esta enfermedad no era compatible con la vida
y que mi bebé moriría inmediatamente después de
nacer, ya que no era algo curable; fue una sacudida al alma muy dura
pero tenía que mantenerme fuerte porque mis dos hijos estaban
conmigo, pero como los dos eran pequeños no entendieron nada
de lo que la doctora me explicó. Ellos no sabían lo que
estaba pasando y tampoco preguntaron, para ellos todo estaba bien,
únicamente se quedaron un poco tristes porque no nos habían
dicho si era niño o niña.
Cuando llegué a casa le expliqué a
mi esposo lo sucedido y sin saber que hacer sólo decidimos
tener que buscar un especialista en ecografías fetales para
confirmar el diagnóstico o mantener viva la esperanza de que
todo estuviera bien.
Por fin llegó la fecha de ver al
especialista, nos dijo que era una niña, pero las esperanzas
que teníamos de que todo fuera un error médico sobre lo
de la Anencephalia pronto se desvanecieron cuando confirmó que
efectivamente era eso; no sé si tal vez porque los doctores
ya están acostumbrados a dar estos diagnósticos
sentimos que la doctora nos hablaba de una manera muy fría
acerca de esto. Inmediatamente me dijo que me recomendaba un aborto,
porque estaba a tiempo y para que no sufriera con mi familia; y si
decidía seguir con el embarazo podía tener muchas
complicaciones como el exceso de fluidos y una variedad de cosas más
a las cuales no presté atención porque no me importó.
Así también me hizo saber que si decidía
continuar con el embarazo lo haría bajo mi propio riesgo y con
mucho más dolor porque tendría que responder a los
demás que había sucedido con mi bebe así mismo
tener que pasar por un momento de duelo durante funeral, etc.
Desde un principio nunca me pasó por la
mente terminar con mi embarazo, no lo iba a hacer, no importándome
quien dijera lo contrario.
Escuché los latidos de su corazón,
sentía cada patadita, cada movimiento; nuestros familiares y
amigos sabían de esto y nos apoyaron mucho. No lo niego fue un
embarazo muy difícil, pero nunca tuve dolor físico de
hecho fue el mejor de mis tres embarazos, era una niña muy
activa, le ponía música en mi vientre y ella se movía,
si sus hermanitos le hablaban ella respondía con movimientos.
Yo no lograba entender como alguien que no tenia
garantía de vida podía hacer tantas cosas dentro de mí;
los doctores me explicaron que ella podía hacer todas esas
cosas porque yo era su motor de vida, desde entonces comprendí
que ella dependía de mí y mientras ella estuviera en
mi vientre serian los mejores segundos, minutos, horas, días
y meses de su vida y de la mía.
Aprendí a querer a esa chiquita más
que a mí misma, era yo consiente de cada movimiento, siempre
le hablaba; durante esa larga espera yo no me daba por vencida,
busque apoyo espiritual en la iglesia y Dios era mi refugio, tenía
Fe; no la podía perder porque era lo único que me
mantenía fuerte. Nunca hablábamos ni planeamos el final
porque para nosotros no iba a ver final triste; la disfrutaríamos
hasta donde Dios nos lo permitiera y de allí en adelante lo
que fuera su voluntad.
Las últimas semanas fueron las más
intensas sobre todo emocionalmente, no tenía ganas de comer ni
dormir pensando en que sucedería, pero gracias a una Radio
Católica (Radio Inmaculada), que se mantenía velando en
oración por nosotras dos nos mantuvo de pie hasta el último
día.
Por fin llegaron las 40 semanas y me indujeron el
parto, al estar 12 horas con el medicamento para las contracciones,
siendo estas muy fuertes, sin anestesia ni calmantes para dolores, el
doctor me revisó dándose cuenta que no había
dilatado nada. Me hizo una ecografía y se dio cuenta que mi
guerrera seguía con vida pero estaba atravesada, me dijo que
tenía que practicar una cesárea para que pudiera nacer.
Me sentí como borreguito que iba al
matadero porque yo sabía que si el diagnostico era ciertamente
correcto y si no había sucedido un milagro anteriormente,
esos eran los últimos momentos de vida de mi niña.
Finalmente me hicieron la cesárea, todo era
silencio, no escuche ningún llanto. A las 9:51pm Leah Abigail
nació, pesando un poco mas de 7 libras y midiendo 19 pulgadas
de largo.
Mi pequeña era perfecta con su gorrito, más nunca abrió
sus ojitos; pero con sus signos vitales sabíamos que aun
permanecía con vida, mi esposo no se separó de ella;
mis dos cuñadas nos acompañaban.
Todo pasó tan rápido, pero por fin mi hija estaba en mis
brazos. Con sus ojitos serrados la bautizamos y después murió.
Puedo describir ese dolor como el peor dolor que nunca antes había
sentido, ese dolor que sacude el alma, cuando quisieras poder
arrancarte el corazón para no sentir más.
Sus hermanitos la conocieron y la cargaron, fue muy difícil para
ellos vivir esta experiencia, pero juntos lo íbamos a superar.
Fue un dolor compartido, ese dolor fue el sello de amor de nuestra
familia. Nunca olvidaré el sentimiento de amor que sentí
hacia mi esposo, ese momento sólo era nuestro de él y
mío, únicamente él y yo sentíamos ese
dolor tan intenso. Sólo el y yo.
Si es muy difícil pasar por una situación
así pero nunca le recomendaría a nadie que abortara a
su bebé bajo ningún diagnóstico médico,
mi bebé no sufrió, se quedó dormidita y murió
en mis brazos.
Yo supe que hice lo correcto, fui su máquina
de vida, fui instrumento que Dios uso para que ese angelito viniera a
conocer un amor de madre y padre; y no se diga el cariño de
sus hermanos y tanta gente que estuvo con nosotros durante estos tan
difíciles momentos; gracias a cada uno de ustedes por estar
con nosotros, gracias por ayudarme a mantenerme fuerte para ella,
gracias a muchos yo tuve el mejor de los embarazos sin ningún
dolor, siempre con una alegría y esperanza indescriptible,
gracias por animarme, por poner una sonrisa en mi rostro y esperar
por ella con tanta ilusión, mi niña fue tan deseada por
todos, así mismo agradezco por los baby showers, ya que de
alguna manera significaron que todos teníamos la misma
esperanza.
A un año se su partida y aun en la espera
de otro nuevo bebé, la sigo recordando día a día
y así será por el resto de mis días, no logro
entender el “por qué” pero tampoco lo cuestionó
mas, Dios es el pastor de mi vida, mi creador y estoy aquí
para hacer lo que sea su voluntad. Y sé que todo esto tiene su
“por qué” y él me lo hará saber en
el momento indicado; todo esto me enseñó que su gracia
no me llevará donde su mano no me pueda alcanzar.
Ella tuvo que regresar a los brazos de su creador, y sé que nos
cuidara siempre; no hay palabras para describir mi amor por ti mi
niña, te amo y te amaré siempre. Mi Leah Abigail, eres
mi tesoro en el cielo, pacientemente aguardaré el día
en que nos volvamos a encontrar; mientras revolotea en el cielo
completa. Mi estrellita, mi princesita nunca te olvidaré, por
ti viví el mejor de los dolores y lo volvería a hacer;
tu lucha por la vida me hizo ver la vida completamente diferente,
estoy muy orgullosa de haber sido tu mami, tu recuerdo seguirá
vivo mientras tu papi, hermanos y yo vivamos, te lo prometemos.
Sí, soy una orgullosa madre de un ángel.
Gracias a nuestros Familiares, Compañeros y Amigos. Ustedes también
forman parte de esta historia. Infinitamente gracias por su apoyo
incondicional de parte de la familia Beltran-Valentin.
Leah Abigail
11/22/2011-11/22/2011
Atlanta, GA USA
A ti madre, si deseas comunicarte con migo para cualquier cosa, por
favor no dudes en hacerlo, no estás sola!
Puedes escribirme al correo electrónico:
Última actualización 11.03.2019