Maria de los Angeles
Esta es la historia de mi segunda hija. Nos dimos cuenta que tenía anencefalia cuando yo tenía 24 semanas de embarazo y
fue un shock horrible. Mi esposo y yo ya teníamos una hija de 4 años que era completamente sana y nunca imaginamos que
fuéramos a tener problemas con nuestro segundo bebé.
Yo ya me había hecho un ultrasonido antes, cuando tenía 10 semanas y el doctor
nos había dicho que todo estaba bien y en las citas de control posteriores también
me decían que el bebé se estaba desarrollando bien, entonces nunca esperamos escuchar
tan malas noticias. De hecho me hice el segundo ultrasonido no solo para verificar que todo iba bien
sino para averiguar el sexo del bebé porque me iban a hacer un té de canastilla pronto.
Cuando me estaban haciendo el ultrasonido vi que el doctor estaba preocupado y repetía el
examen una y otra vez, incluso apagó el aparato y lo volvió a encender y lo puso a
colores. Yo inmediatamente presentí que algo estaba mal y le tomé la mano a mi esposo,
que gracias a Dios estaba conmigo en ese momento y le pregunté al doctor que qué
pasaba. Fue entonces cuando nos dijo que nuestro bebé tenía una malformación
congénita que no era compatible con la vida y que en el momento en que naciera iba a morir
casi de inmediato, que lo más que viviría probablemente iban a ser 24 horas. Fue una
sensación espantosa de impotencia, de no saber qué había hecho yo mal, por
qué me tenía que pasar esto a mí. No pude ir a trabajar en 3 días por
lo mal que me sentía, además que después de ese ultrasonido me hicieron como
6 más, todos por diferentes doctores, solo para corroborar que el primer diagnóstico
era correcto. Por supuesto que todos los demás dijeron lo mismo. La noticia fue devastadora
para toda la familia.
En un principio los doctores hablaron de interrumpir el embarazo, sin embargo al final no lo
hicieron, no solo porque en mi país es prohibido sino porque yo tampoco lo hubiera permitido.
Era mi bebé y nadie tenía derecho a sacármela. Con los ultrasonidos nos dimos
cuenta de que era una niña. Me explicaron que el nacimiento de un bebé anencefálico
era más difícil que un parto de un niño normal, porque el bebé al no tener
su cabecita completa no hacía la misma presión que uno normal y que esos partos
tenían que ser inducidos.
Yo empecé con contracciones la noche del 18 de octubre del 2003, cuando tenía 38
semanas de embarazo. Fui al hospital como a las 10 a.m. del día siguiente y cuando
llegué me dijeron que me iban a internar por algunos días para darme medicamentos
para inducirme el parto. Sin embargo, ya a la 1:30 p.m. de ese mismo día, 19 de octubre
del 2003, mi hija había nacido, por parto vaginal sin complicaciones, igual que mi primera
hija. Se llamaría María de los Angeles. Midió 46 cm y pesó 2500 gramos.
Yo nunca había visto un bebé anencefálico, así que sólo
podía imaginarme lo que me habían dicho los doctores de como se veían
estos bebés.
Después que nació la enfermera envolvió a mi hija en una cobija y se la
iba llevar. Yo le dije que me trajera a mi bebé, que quería verla, sobretodo
porque yo no sabía si iba a estar viva para cuando el doctor terminara y yo saliera
de la sala de partos. Ella no estaba muy segura de dármela, y volvió a ver a
mi esposo, quien estaba conmigo. El le dijo que estaba bien, que me diera a la chiquita,
que nosotros estábamos preparados para esto. La enfermera la puso sobre mi pecho y
yo no sabía cual era el problema, yo la veía normal. Tenía la
sábana alrededor de su cabecita pero yo podía ver su pelo y me parecía
un bebé sano y normal, así que le pregunté a mi esposo que qué
era lo que tenía. El me dijo que tenía como una pelotita en la cabeza. De
momento yo no supe muy bien a qué se refería y como estaba tapada tampoco
podía ver qué era.
Apenas me dejaron levatarme de la cama, como a las 8 p.m., fui directamente a la unidad
neonatal para ver a mi hija. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que quiso decir mi
esposo con una pelotita. María de los Angeles nació con anencefalia pero
también tenía un encefalocele. Lo cual era exactamente como una pelotita
que estaba unida a su cabeza. Ella tenía toda su cabecita cubierta con cabello,
excepto por el área de donde estaba el encefalocele.
A ella la mantuvieron en el hospital con suero, nada más esperando que dejara de
respirar. Como después de 3 días ella seguía con vida, la
neonatóloga a cargo ordenó que la trasladaran al Hospital de Niños
para que le hicieran algunos exámenes que comprobaran que el diagnóstico
que en un principio se dio de acuerdo a los ultrasonidos, era el correcto. Después
de otros 3 días en el otro hospital nos confirmaron que nuestra hija había
nacido sin cerebro, únicamente lo que ellos llamaban el tallo del cerebro, y que
el encefalocele era solo una masa sin tejido cerebral. También nos dijeron que
sus signos vitales eran muy malos y que probablemente moriría en 24 ó 48
horas. Luego nos hicieron una pregunta que tanto a mi esposo como a mí nos
sorprendió mucho, querían saber si íbamos a llevarnos a la
bebé o si la íbamos a dejar ahí hasta que muriera y que ellos
nos avisaban cuando pasaba. Según los doctores, esto último era lo que
la mayoría de los padres hacían porque era menos doloroso que tener al
bebé en la casa y verlo morir. Incluso nos dijeron que la mayoría de los
papás no se llevaban el cuerpo una vez que el bebé moría sino que
lo dejaban ahí... Nosotros inmediatamente dijimos que nos llevábamos a
nuestra chiquita a casa aunque fuera a morir al día siguiente. De ninguna manera
la íbamos a dejar más tiempo ahí sola como una niña huérfana.
Claro, tuvimos que ir rápido a comprar ropa de bebé porque no estábamos
preparados para recibirla en la casa, limpiamos y alistamos la cuna de mi hija mayor y nos
trajimos a María de los Angeles a casa.
Yo no podía amamantarla, porque ella no sabía mamar, así que
debía sacarme la leche y dársela cada 3 horas a traves de una sonda que
tenía colocada en su boquita y llegaba hasta su estómago. Esta sonda
debía cambiarla yo casi todos los días y también cuando ella se
la sacaba tenía que volverla a poner en su lugar.
También debía lavar su encefalocele con cuidado todos los días
cuando la bañaba y envolverlo en gasa, para que no se fuera a infeccionar ni
tomara mal olor.
Yo la sacaba y andaba con ella de compras o paseando exactamente igual que si fuera
un bebé normal. Solamente le ponía un gorrito en su cabeza y nadie
podía pensar que ella tenía algún problema. Estábamos
muy felices de que pudiéramos tenerla con nosotros, a pesar del temor de no
saber si estaría viva al día siguiente.
Después de un mes un día fui de compras con mi mamá y mis dos
hijas a un centro comercial. María empezó a tener problemas para
respirar, así que la llevamos al hospital otra vez. Los doctores y las
enfermeras estaban sorprendidos de verla viva todavía y además tan
linda. Había crecido y ganado peso. En el hospital le pusieron oxígeno
y me dijeron que estaba muy mal, que si le desconectaban el oxígeno no iba a
sobrevivir. Llamé a mi esposo y él vino rápido al hospital.
También llamé a un sacerdote de una iglesia cercana porque yo
quería bautizarla antes de que muriera. Después del bautizo le
pedimos al doctor que le quitara el oxígeno. Para la sorpresa de todos,
mi chiquita empezó a respirar sola de nuevo y entonces nos la llevamos a
casa otra vez.
Una semana después volvió a pasar lo mismo. Estábamos en la
casa y María de los Angeles empezó a tener problemas para respirar,
pero esta vez decidimos no llevarla al hospital... mi esposo dijo que ella
tenía el derecho a descansar, que si la llevábamos al hospital
ellos le iban a dar oxígeno solo para que ella viviera tal vez un par
de días más y se volviera a repetir la historia. También
me dijo que nosotros no sabíamos si ella sufría o no y que nosotros
no podíamos ir en contra de la voluntad de Dios. El 8 de diciembre del
2003 a las 8:45 p.m. María dejó de respirar mientras yo la
sostenía en mis brazos. Vivió 1 mes y 19 días que fueron
maravillosos y no dejamos de agradecerle a Dios el habernos permitido tenerla
con nosotros este tiempo. Ahora es un angelito que nos cuida.
Última actualización 11.03.2019